11. Las riquezas de Mo Chua

...MoChua y ColumCille fueron contemporáneos. Y cuando MoChua (o sea, Mac Duach) estuvo en una eremita en el baldío, no tuvo más bienes terrenales que un gallo, un ratón y una mosca. La tarea del gallo era hacerle guardar los maitines a la medianoche. El ratón no le permitía dormir más que cinco horas diarias por la noche; y cuando él quería dormir más, cansado por tanta vigilia y postración, el ratón comenzaba a mordisquearle una oreja hasta que lo despertaba. El trabajo de la mosca era caminar a lo largo de cada línea que leía del Salterio y, cuando él descansaba de cantar los salmos, se quedaba en ese lugar hasta que retomaba la lectura. Sucedió poco después que esos tres tesoros murieron y MoChua le escribió una carta a ColumCille (que estaba en Iona, en Escocia) en la que se quejaba por la muerte de su grey. ColumCille le contestó y esto es lo que le escribió: “Hermano,” le decía, “no debes sorprenderte por la muerte del rebaño que te ha dejado, pues la desventura nunca llega sino a aquellos que son ricos”...

Geoffrey Keating, irlandés, 1634


12. Frío invierno

Frío, frío, desapacible es esta noche el extenso Moylurg;
la nieve es tan alta como una montaña; el ciervo no puede obtener su comida.
¡Frío eterno! La tormenta se extendió por todos lados;
cada surco empinado es un río y cada vado una laguna repleta.
Cada lago es un mar inmenso y cada laguna es un lago lleno;
los caballos no pueden cruzar el vado de Ross, nadie más puede meter dos pies ahí.

Los peces de Irlanda vagabundean, no hay ribera en la que la ola no salpique,
no queda un pueblo en la tierra ni se oye una campana, no hay reclamos de grullas.
Los lobos del bosque de Cuan no tienen reposo ni duermen en las madrigueras;
los pequeños abadejos no encuentran abrigo en sus nidos de las laderas de Lon.
¡Ay de las avecillas acompañadas por el viento afilado y el frío hielo!
El mirlo negro oscuro no halla el bancal que le gustaría, un refugio junto a los bosques de Cuan.

Nuestro caldero está ajustado en su gancho; no descansa el mirlo de Letir Cró;
la nieve se apiñó en ese lado del bosque, es difícil subir hasta Benn Bó.
El águila del pardo Glen Rye se aflige por el viento cruel;
grandes son su miseria y sufrimiento, el hielo entrará en su pico.
Es tonto que tú —presta atención— te levantes del acolchado y de la cama de plumas;
hay mucho hielo en todos los vados; esto es lo que digo: “¡Frío!”.

Irlandés, siglo XI


13. El mejor y el peor clavo del arca

El carpintero que construyó el arca dejó vacío el lugar de un clavo, porque estaba seguro de que él no sería admitido en ella. Cuando Noé entró en el arca con sus chicos, como el ángel le había dicho, cerró las ventanas y alzó la mano para bendecirla. Ahora bien, el diablo había entrado junto con él y, cuando Noé la bendijo, no encontró otro lugar para esconderse que el agujero que el carpintero había dejado sin tapar y se introdujo ahí bajo la forma de una serpiente; a causa de lo estrecho del agujero no pudo salir ni retroceder y se quedó ahí hasta que pasó el diluvio y así fue el mejor y el peor clavo del arca.

Irlandés, siglo XVI


14. El viento

Nos ha quebrado, nos ha estrujado, nos ha ahogado, oh, Rey del Reino de la Estrella Brillante;
el viento nos ha consumido como se consumen las astillas en los carmesíes fuegos del Cielo.

Irlandés, siglos VIII-IX


15. Las cuatro estaciones

Una vez Athairne fue de viaje en otoño a la casa de su hijo adoptivo Amhairghen y pasó la noche ahí; estaba por irse al día siguiente pero Amhairghen le dijo para detenerlo:

“El otoño es una buena estación para quedarse;
entonces hay trabajo para todos antes de los días muy cortos.
Cervatillos moteados junto a las ciervas, los rojos grupos de helechos los ocultan;
los venados corren desde las lomas al llamado del guía.
Dulces bellotas en los anchos bosques, tallos cargados de grano en los trigales
sobre el espacio de la tierra parda.
Hay arbustos espinosos y zarzales en el medio de la corte en ruinas;
el suelo áspero está cubierto de fruta madura.
Avellanas a punto caen de inmensos árboles viejos a las acequias.”

De nuevo se preparó para irse en invierno, pero entonces Amhairghen dijo:

“En la estación oscura del profundo invierno
una tormenta de olas se levanta a lo largo y a lo ancho del mundo.
Tristes están las aves en cada plana pradera, menos los cuervos que se alimentan de sangre carmesí,
por el clamor del áspero invierno; recio, negro, oscuro, ahumado.
Los perros se entretienen partiendo huesos;
la cacerola de hierro es puesta en el fuego luego del día negrísimo.”

De nuevo se preparó para irse en primavera, pero entonces Amhairghen dijo:

“Cruda y fría es la helada primavera, el frío se alzará en el viento;
los patos del acuoso estanque han lanzado un grito,
apasionadamente triste es la grulla de áspero graznido
que los lobos escuchan en la espesura en el primer despuntar de la mañana;
muchas de las aves despiertas de la pradera
son las criaturas salvajes de las que se escapaban en el bosque, en el pasto verde.”

De nuevo se preparó para irse en el verano y Amhairghen le dijo así, dejándolo partir:

“Una buena estación es el verano para largos viajes;
tranquilo es el alto y hermoso bosque
en el que el silbido del viento no molestará;
verde es el plumaje del bosque protector;
los remolinos giran en la corriente;
buena es la tibieza del césped.”

Irlandés, siglo XI


16. El invierno ha llegado

El invierno ha llegado con la escasez, los lagos inundaron sus orillas,
heladas se desmoronan las hojas, la alegre ola comienza a murmurar.

Irlandés, siglo IX


17. Arran

Arran de los muchos venados,
el mar lame sus espaldas;
isla donde las compañías se nutrían,
arrecife donde enrojecen las azules astas.

El vivaz ciervo sobre sus picos,
tiernos arándanos en los sotos;
agua fresca en los torrentes,
bellotas en los pardos robles.

Hay perros de caza y sabuesos,
moras y ciruelas de endrinos,
densos arbustos espinosos en sus bosques,
venados descarriados entre sus robledales.

Espigas purpúreas en las rocas,
hierba impecable en las lomadas,
musgosa capa en los peñascos,
cervatos retozones, truchas saltarinas...

Deliciosa es cuando llega el buen tiempo:
la trucha en los bancos de sus ríos;
las gaviotas se contestan en torno al blanco risco;
deliciosa en todo momento es Arran.

Irlandés, siglo XII


18. La colina de Howth

Es delicioso estar en la colina de Howth,
es muy dulce estar sobre el blanco mar;
la perfecta colina fértil, cuna de barcos,
la vid crece en el placentero pico guerrero.

El pico donde Fion y los fianna solían estar,
el pico donde se bebía en cuernos y copas,
el pico a donde el osado O'Duinn llevó a Gráinne un día
apremiado por la persecución.

La colina de pico brillante más allá de las colinas,
con su cima redonda, verde y escarpada;
la colina llena de soldados, de ajos salvajes y de árboles,
el pico de muchos colores, repleto de bestias, boscoso.

El pico más amado en todo el país de Irlanda,
el pico brillante sobre el mar de gaviotas,
me resulta un paso difícil para dejar
la amada colina de la deliciosa Howth.

Irlandés, siglo XIV


19. El patrón grosero

He oído que él no da caballos por cantos de alabanza; da lo que es natural en él... una vaca.

Irlandés, siglo IX


20. CúChulainn y el auriga

...Llegaron por eso al día siguiente a través de Ard, y CúChulainn los dejó acercar. En Tamhlachtae Órláimh, un poco al norte de Disert Lóchaid, se topó con el auriga de Órlámh, hijo de Ailill y Medhbh, que estaba ahí cortando madera [o, según otra fuente, la lanza del carro de CúChulainn se había quebrado y él fue a cortar otra, con lo que se encontró con el auriga de Órlámh]. “Los ulates se comportan vergonzosamente, si son ellos los que están ahí,” dijo CúChulainn, “mientras el ejército está tras sus talones”. Fue para detener al auriga, pues creía que era un ulate. Vio al hombre que cortaba madera para hacer la lanza de un carro. “¿Qué estás haciendo aquí?”, preguntó CúChulainn. “Estoy cortando la lanza para un carro,” contestó el auriga; “destrozamos nuestros carros persiguiendo a ese gamo salvaje de CúChulainn. Ayúdame, pero elige si vas recoger los postes o los vas a cepillar”. “Voy a cepillarlos, sin duda”, dijo CúChulainn. Luego cepilló los troncos de acebo con los dedos, mientras el otro lo miraba, hasta que los dejó limpios de corteza y de nudos. “No es exactamente así como te dije que hicieras el trabajo”, dijo el auriga; estaba aterrorizado. “¿Quién eres?”, preguntó CúChulainn. “Soy el auriga de Órlámh, hijo de Ailill y de Medhbh. ¿Y tú?”. “CúChulainn es mi nombre”, contestó él. “¡Ay de mí, entonces!”, se lamentó el auriga. “No tengas miedo;” le dijo CúChulainn, “¿dónde está tu señor?”. “Está en aquel montículo”, le contestó el auriga. “Ven conmigo, entonces,” dijo CúChulainn, “pues nunca mato a los aurigas”. CúChulainn fue hasta donde estaba Órlámh, lo mató, le cortó la cabeza y la blandió frente al enemigo. Luego puso la cabeza sobre la espalda del auriga y le dijo: “Llévala contigo y vuelve al campo así”...

Irlandés, siglo IX