Durante el periodo del Romanticismo europeo se produjo un resurgimiento
de la
literatura de los siglos XI a XVI. Los poemas del ciclo irlando-escocés de
Ossian
(recopilados y algo retocados por Macpherson) contaban con la admiración de
personajes como Goethe, Schiller, Coleridge o Byron. Lo mismo ocurría con el
Beowulf anglosajón, que narra las aventuras de un héroe escandinavo en
Dinamarca. Por
aquella misma época, Wagner creaba la tetralogía de El anillo de los
nibelungos,
inspirada en antiguas leyendas germánicas.
Esas narraciones de tono épico y elegíaco, sobre gloriosas empresas de
caballeros y trágicas historias de amor recortadas contra el fondo de un
paisaje
profundo y dramático, se convirtieron en las favoritas de los intelectuales de
la
época. Era el momento de un movimiento que arremetió contra el
utilitarismo y la
materialidad de un sistema de vida.
Luego, la Historia siguió y llegamos a un mundo dominando por la
automatización
y un neo-racionalismo que casi se indiferencia del escepticismo. Frente a
eso,
aparecen obras como El Señor de los Anillos y El Silmarillion, de John
Ronald
Ruelen Tolkien. Acerca de ellas, el profesor Pablo Capanna señaló
acertadamente
que en el universo tolkieniano coexisten distintos elementos de los mitos
del norte
de Europa.
Ahora bien, El Señor de los Anillos no deja de ser una novela de aventuras
(esto dicho sin ánimo despectivo), especialmente si se lo compara con El
Silmarillion, donde el cosmos de la Tierra Media se presenta en toda su
dimensión.
La Tierra Media es el nudo del universo tolkieniano. En ella se desenvuelven
Hombres, Elfos, Enanos y un cierto número de criaturas malignas: Trolls,
Dragones, Balrogs, Orcos, Jinetes de Lobos... Existe también Valinor, la
Tierra de los Poderes, donde moran los regidores del Mundo, que se alzaba
al oeste de Endor, la Tierra Media. Y existe también un Mal que primero
moró en los desiertos helados del Norte y luego en las oscuras tierras del
Este. Según el momento de las historias, existe o existió una tierra más:
Númenor, donde los Primeros Hombres gozaron de la bendición de los
Poderes y que luego fue perdida.
Del mismo modo, en las Eddas (un conjunto de poemas escandinavos
sobre mitos, costumbres y tradiciones germánicas, reunido por Snorri
Sturluson) tenemos el Gylfaginning (La alucinación de Gylfi), escrito
principalmente en prosa con poemas intercalados, donde el protagonista se
encuentra con el dios Odín, que le muestra todas las verdades del Universo.
Se describe al mundo dividido en tres partes: Asgard (el Recinto de los Ases
o Dioses); Midgard (el Recinto del Centro, que fue poblado por los Hombres)
y los lugares salvajes de Jötumheim, al Norte, y Járvind, en el Este, tierras
pobladas por Gigantes. De estos últimos existe una clase a la que se
denomina Trolls.
El relato continúa y se habla de los Elfos de la Luz y de los Elfos Oscuros,
benéficos los primeros y malignos los últimos (Tolkien mantiene esa
definición en su obra, pero con otro sentido puesto que sus Elfos son intrínsecamente enemigos del Mal). Se expone la genealogía de los
Enanos, donde se leen nombres que también aparecen en El Hobbit y en
El Señor..., y se va enumerando a las divinidades.
Por otro lado, en el Kalevala (poema épico finlandés recopilado hacia 1830
por Elías Lönnrot) se narra la lucha entablada por paladines fineses contra el
Mal del Norte, representado por Louhi, una bruja de Laponia. La lucha se
genera por la posesión del Sampo, un ingenio productor de riquezas
materiales y espirituales.
A su vez, el Mabinogion galés tiene cierto paralelo con El Silmarillion por
estar escrito en prosa y poseer una estructura similar. Los mabinogi
son relatos más o menos interrelacionados que se van abriendo como las
ramas de un árbol y presentan —al igual que la literatura
germanoescandinava— la particularidad de ofrecer curiosos cambios en los
tiempos verbales a lo largo de su desarrollo, así como thulas: listas
de nombres aparentemente interminables, generalmente aliterados (Esto es:
voces en las que se repite una misma sílaba y acento, como en el caso de
Fingon, hijo de Fingolfin, hijo de Finwe).
En El Silmarillion, la primera rama es La música de los Ainur. En el
principio...; con es frase de resonancia bíblica, Tolkien presenta una
creación plenamente magista, donde el poder generador de la música y de
las palabras remite inmediatamente al Kalevala o a las Eddas, donde los
cánticos rituales suelen ser más efectivos que los actos.
Luego, La historia de los Valar expone a las distintas divinidades —que,
para Tolkien, serían personificaciones de los elementos de la Naturaleza al
servicio de un único Creador—, describiendo sus tareas y poderes, del mismo
modo que el ya citado Gylfaginning. En ese sentido, es interesante
destacar que en ambos casos las entidades rectoras del Sol y de la Luna son
respectivamente femeninas y masculinas (incluso para los alemanes de hoy,
Sol tiene género femenino y Luna, masculino), a diferencia del concepto
mediterráneo. éste es un hecho bastante raro desde el punto de vista
antropológico, pero no único; ocurre igual en la mitología japonesa y en la
guaranítica.
El nudo de la obra, el Quenta Silmarillion (La historia de los Silmarils), se
emparenta directamente con el Kalevala: la lucha por un objeto que es
símbolo del poder.
Luego de la creación del mundo, algunos de los Ainur (Sagrados) llegan a él
como Valar (Poderes), aguardando la aparición de los Hijos de Eru, el único:
los Elfos y los Hombres. Pero también vino Melkor, el ángel caído al que
luego llamarán el Enemigo, que se rebeló contra el Padre de Todo y desea a
la Tierra para sí.
Por eso destruye todo lo que los Valar construyen y —del mismo modo que
en el poema finlandés— las alturas se aplanan y los valles se vuelven
montañas, representando un largo ciclo de tiempo o de catástrofes.
Destruye, también, las lámparas que iluminaban al mundo y los Poderes se
ven obligados a crear los dos árboles de Valinor, quienes —con su brillo
resplandeciente— cumplen la misma función.
En ese momento surgen los Elfos, los Primeros Nacidos. Los Valar los llevan
a su reino, donde conocen la bienaventuranza. Mas Morgoth, el Enemigo
Oscuro, acechaba y —junto con la aracnoidea Ungoliant, precursora de Ella-Laraña— hirió mortalmente a los dos árboles.
Pero Fëanor —el más noble y hábil de los Elfos— había encerrado parte de
aquel brillo en tres gemas, llamadas Silmarils. Y Morgoth las robó. Y
comenzó la Guerra de los Silmarils. Y —como en la historia de Caín y Abel—
una tribu de Elfos ataca a otra y arroja sobre sí una maldición.
La guerra pasa a desarrollarse entonces en la Tierra Media y los Poderes se
encierran en Valinor.
En esta parte de la obra se van entrelazando distintas historias como en un
diseño de lazos celta. Una de ellas, De Beren y Lúthien, es ampliamente
conocida por los fanáticos de Tolkien por el hecho de que en ella plasmó las
vicisitudes que debieron enfrentar el y su esposa, antes de poder casarse, a
causa de diferencias religiosas, presiones de sus tutores y la Primera Guerra
Mundial.
También aparece el relato sobre Túrin Turambar, en el que se encuentran
rastros del ciclo artúrico y del ya mencionado Kalevala; con más precisión,
de las historias de Balin, el caballero de las dos espadas, y de Kullervo. Los
tres personajes son perseguidos por el sino inexorable. El caballero de
Arturo terminará matando a su hermano y es muerto por él, en un mutuo
desconocimiento. El desventurado finés sufre desgracia tras desgracia para
terminar violando a un doncella que resulta ser su hermana, lo que lo lleva a
suicidarse con su propia espada. Idéntica es la suerte de Túrin, Amo del
Destino, al descubrir que ha cometido incesto con su hermana, no mucho
tiempo después de matar accidentalmente a su mejor amigo: el élfico
arquero Beleg. Sin embargo, no se trata de un personaje maligno: aunque
está perseguido por el Hado como Edipo, no le faltan la nobleza y el valor y
llega a luchar en inferioridad de condiciones contra un dragón, al cual
destruye tal como lo hace Beowulf en su propio poema.
Ahora bien, los relatos de El Silmarillion figuran como si fueran tradiciones
de los Elfos. Los Hombres aparecen en un segundo plano, pero —al igual que
los Hobbits en El Señor...— finalmente son ellos los que consiguen
enderezar parcialmente las cosas. Beren, Túrin y Eärendil —tres mortales—
posibilitan la victoria a través de sus padecimientos.
Y, como en el Kalevala, todo concluye con una derrota parcial de las
fuerzas del Mal y con la pérdida definitiva del objeto originario del conflicto.
Es, en cierta forma, una reelaboración de la historia bíblica de la Caída: la
imposibilidad de seguir manteniendo algo que pertenecía exclusivamente a
un periodo de natural inocencia.
A continuación sigue el texto que recibe el nombre de Akallabeth, que
narra la caída de Númenor, esa tierra al Oeste de la Tierra Media donde
moraron los Primeros Hombres luego de la victoria sobre Morgoth. Pero éste
había tenido un sirviente, Sauron, que luego fue prisionero de los Hombres
de Númenor, a los que terminó corrompiendo. Como castigo, la isla fue
devorada por las aguas del océano. Akallabeth significa La Sepultada y en
otro dialecto de los Elfos se la conocía como Atalantë, lo que remite
ineludiblemente —junto con el argumento de la historia— al mito platónico.
Para concluir, figura también un breve resumen acerca de la Guerra del
Anillo, relacionándola con la Primera y la Segunda Edad de la Tierra Media.
Luego de eso, los Elfos abandonaron esta Tierra y no se tiene más noticias
de ellos.
En síntesis, si bien El Silmarillion no es el trabajo que Tolkien hubiera
sacado a la luz —fue recopilado y ordenado por su hijo Christopher luego de
su muerte—, no puede dejar de advertirse en él un estilo medieval que sólo
pudo ser producto del filólogo oxoniense. Eso, sin duda, le permite que esté
más cerca del lector moderno, a quien la lectura de las obras auténticamente
medievales puede llegar a resultarle un tanto dificultosa. Eso, también, es lo
que hizo que ese moderno escrito antiguo acercara a mucha gente a un
sector de la literatura que antes estaba reservado a unos pocos eruditos.
Las direcciones de correo electrónico están protegidas contra el envío automático de spam.
Para contactarse con el destinatario, elimine la letra “x” que figura como segundo carácter.