¡Mac Lugach! Si te es
asignado servicio armado,
en la morada de un gran hombre estate
quieto,
mantente firme en el paso estrecho.
Sin falta de su parte, no
golpees a tu perro;
hasta que no estés seguro, no
recrimines a tu esposa.
En la batalla no te enfrentes
con un bufón,
pues, ¡oh, Mac Lugach!, no es más
que un loco.
No critiques a nadie de gran
reputación; no te inmiscuyas en trifulcas;
no tengas nada
que ver con un loco o un malvado.
Dos tercios de tu gentileza
demuéstralos con las mujeres
y los niños pequeños
que se arrastran por el piso, así como con los artistas;
no
seas violento con la gente común.
Con tus familiares, con los que
están contigo,
no te apresures para ser el primero en estar
en la cama;
evita las alianzas perversas y todo lo que está
prohibido;
no reverencies cualquier cosa.
No pronuncies palabras
jactanciosas,
ni digas que no harás caso de lo que es
correcto;
es una vergüenza hablar con demasiada dureza,
a
no ser que sea factible cumplir con tu palabra.
Mientras existas en el universo,
no abandones a tu señor;
ni por oro ni por otra recompensa
del mundo terreno
dejes a alguien que te ha rogado que lo
protejas.
A un jefe no le critiques con
dureza a su gente,
pues no es la tarea de un hidalgo injuriar al
personal de un señor ante su jefe.
No seas chismoso ni pronuncies
falsedades;
no seas charlatán ni censures a la ligera.
No
provoques disputa en tu contra,
por muy buen hombre que seas.
No frecuentes las casas de
bebida;
no te quejes de los mayores;
la recomendación
que más se escucha es ésta:
no te entrometas con
alguien de clase inferior.
Reparte tu comida
gratuitamente;
que nadie mezquino sea tu familiar.
No te impongas sobre un jefe,
ni
le des motivos para que te critique.
Sé fiel a tus
arneses;
sujeta con fuerza tus pertrechos hasta que la dura
batalla,
con el brillo de las armas, haya terminado.
Sé más apto para
dar que para negar y conserva la cortesía,
¡oh, hijo
de Lugach!