Otra vez, Fraech, hijo de Idath, de los hombres de Connaught, que era hijo de la hermana de Boann, Befind, de los shíde, fue a Cruachan. Era el más bello de los hombres de Irlanda o de Alba, pero su vida no fue larga.

Era para pedirle a Finnabair que fuera su esposa que acudió, y antes de partir su gente dijo: —Envíale un mensaje a la gente de tu madre, para que te manden vestidos de los shíde. —Así que fue con Boann, que estaba en Magh Breagh, y se llevó cincuenta mantos azules con las cuatro puntas negras, y un broche de oro rojo en cada uno, camisas blancas adornadas con diseños de oro, cincuenta escudos con bordes de plata y una antorcha de una casa real en la mano de cada hombre, con mangos cubiertos de rubíes y el extremo con piedras preciosas. Las usaban para iluminar la noche como si fueran los rayos del sol.

Tenía con él siete heraldos con trompetas de oro y plata, con vestidos multicolores y el cabello dorado y sedoso, cubiertos con coloridos mantos; y tres arpistas con el aspecto de reyes, cada uno con la blanca piel de un ciervo encima y un manto de lino blanco, y con la bolsa del arpa hecha con cuero de perros de agua.

El vigía los vio desde el dún cuando llegaron a la Llanura de Cruachan. —Veo una gran multitud —dijo— que viene hacia nosotros. Desde que Ailill y Medbh fueron coronados, nunca llegó y nunca llegará un cortejo más grande y más hermoso que éste. Es como si tuviera mi cabeza en una cuba de vino, por la brisa que pasa sobre ellos.

Luego la gente de Fraech soltó sus sabuesos, y los perros encontraron siete ciervos, siete zorros, siete liebres y siete jabalíes salvajes, y los persiguieron hasta Rath Cruachan, y allí fueron muertos en el césped del dún.

Entonces Ailill y Medbh les dieron la bienvenida y fueron llevados a la casa, y, mientras se estaba preparando la comida, Medbh se sentó a jugar al fidchell con Fraech. Un hermoso tablero era el que tenían, todo de bronce blanco, con las piezas de oro y de plata, y una lámpara con piedras preciosas los iluminaba.

Después Ailill dijo: —Que tus arpistas toquen para nosotros mientras se prepara la fiesta. —Que toquen, sin duda —dijo Fraech.

Así que los arpistas comenzaron a tocar y por poco la gente de la casa no murió con gritos y tristeza. Pues la música que ejecutaron fue Los tres gritos de Uaithne. Uaithne, el arpa de Dagda, fue la primera que interpretó esos gritos cuando nacieron los hijos de Boann. El primero era un canto de tristeza por lo agudo de sus dolores; el segundo, de sonrisas y alegría por el nacimiento de sus hijos y, el tercero, una canción de cuna después del parto.

Con la música de los arpistas y la luz que brillaba desde las piedras preciosas en la casa, no supieron que la noche cayó sobre ellos hasta que Medbh se levantó y dijo: —Gran hazaña hemos hecho al mantener a estos jóvenes sin alimento. —Es más lo que pensabas en el juego que en proveerlos —dijo Ailill—; pero ahora, que detengan la música hasta que la comida esté servida.

Luego la comida fue repartida. Lothar solía sentarse en el piso de la casa para dividir el alimento con su cuchilla, pero él no comía y, desde el momento en que comenzó a repartir, nunca faltó comida.

Después de eso, Fraech fue llevado a la casa de entrevistas y le preguntaron qué buscaba.

—Visitarlos —dijo, pero no comentó nada de Finnabair. Así que ellos le contestaron que era bienvenido y se quedó por un tiempo; todos los días salían a cazar y la gente de Connaught los solía ir a ver.

Pero, en todo ese tiempo, Fraech no tuvo la oportunidad de hablar con Finnabair, hasta que un día, al romper el alba, bajó al río para bañarse y Finnabair y sus doncellas habían ido antes que él. Le tomó la mano y le dijo: —Quédate y habla conmigo, pues es por amor a ti que vine. ¿Te irías conmigo en secreto? —No lo haría —contestó ella—, pues soy la hija de un rey y de una reina.

Así que ella se alejó de él, pero le dejó un anillo para que la recordara. Era un anillo que le había dado su madre.

Entonces Fraech fue a la casa de entrevistas de Ailill y Medbh. —¿Me darían a su hija? —preguntó. —Te la daremos si entregas la dote que pedimos —dijo Ailill—: sesenta corceles gris oscuro con bocados de oro, doce vacas lecheras y un ternero blanco de orejas rojas con cada una de ellas, y que vengas con nosotros con todas tus fuerzas y tus músicos cada vez que entremos en guerra con el Ulster. —Juro por mi escudo y por mi espada que no daría eso ni por la propia Medbh —respondió él, y salió de la casa.

Pero Ailill había advertido que Fraech tenía el anillo de Finnabair y le dijo a Medbh: —Si se lleva a nuestra hija con él, perderemos la ayuda de muchos de los reyes de Irlanda. Vayamos tras él y acabémoslo antes de que tenga tiempo de dañarnos.

Y Medbh estuvo de acuerdo, pues la mortificaba que Fraech la quisiera a Finnabair y no a ella. Así que fueron al palacio y Ailill dijo: —Vayamos a ver cazar a los perros hasta el mediodía. —Así lo hicieron, y para ese momento estuvieron cansados y todos se fueron a bañar al río.

Fraech estaba nadando y Ailill le dijo: —No vuelvas hasta que me traigas una rama de aquel serbal de hermosas bayas. —Pues él sabía que había una profecía acerca de que Fraech encontraría la muerte en un río.

Así que él fue, arrancó una rama del árbol y regresó con ella a través de la corriente, y se veía bello contra el agua oscura, el cuerpo sin defectos, el rostro tan agradable, los intensos ojos grises y la rama con las rojas bayas entre el cuello y la cara blancos. Entonces les arrojó la rama desde las aguas. —Maduras y bellas están las bayas —dijo Ailill—; tráenos más.

Entonces él volvió al árbol y la serpiente acuática que lo guardaba lo atrapó. —Déjenme tomar una espada —gritó. Pero no había hombre en la costa que se la atreviera a dar, por temor a Ailill y a Medbh.

Pero Finnabair pegó un salto para arrojarse al agua con un cuchillo de oro que tenía en su mano, mas Ailill arrojó desde arriba un aguzado venablo que la sujetó por su cabello trenzado; aun así, ella le lanzó el cuchillo a Fraech, que le cortó la cabeza al monstruo y la llevó consigo a la orilla, pero él también tenía una profunda herida.

Luego Ailill y Medbh volvieron a la casa. —Gran hazaña la que hicimos —dijo Medbh. —Es una lástima, verdaderamente, lo que le hemos hecho a ese hombre —dijo Ailill—. Que le preparen ya un baño de curación con tuétano de cerdos y de una vaquilla. —Por consiguiente lo pusieron en la bañera, los trompeteros ejecutaron música placentera y le arreglaron un lecho.

Luego se escuchó en Cruachan un grito lastimero y vieron tres veces cincuenta mujeres con vestidos púrpuras, capuchas verdes y broches de plata en sus muñecas, y un mensajero fue enviado para que les preguntara por quién lloraban. —Por Fraech, hijo de Idath —dijeron—, el muchacho amado del rey de los shíde de Irlanda.

Entonces Fraech escuchó el lamento y dijo: —Sáquenme de aquí, pues es el grito de mi madre y de las mujeres de Boann. —Así que lo llevaron afuera, las mujeres lo rodearon y lo llevaron a la Colina de Cruachan.

Al día siguiente salió, ileso y saludable, junto con cincuenta mujeres, con la apariencia de ser de los shíde. Y en la puerta del dún lo dejaron y lanzaron un fuerte grito, de tal modo que toda la gente que lo escuchó no pudo sino sentir pena. De él los músicos de Irlanda aprendieron el Lamento de las mujeres de los “shíde”.

Cuando entró en la casa, todos se pusieron de pie y le dieron la bienvenida, como si fuera que viniera del otro mundo. Y había vergüenza y arrepentimiento en Ailill y Medbh por haber tratado de lastimarlo, y se hizo la paz y él volvió a su propio lugar.

Tiempo después, él marchó para ayudar a Ailill y a Medbh y encontró la muerte en un río, como se había profetizado, al comienzo de la guerra por el Toro Pardo de Cuailgne.