21. La copa cubierta de hiedra

Mi pequeña cabaña en Tuaim Inbhir, una mansión no sería más deliciosa,
con las estrellas tan ordenadas, con el sol, con la luna.
Fue Gobán quien la construyó (debería contarte esa historia),
mi querido, Dios del Cielo, fue el techista que la techó.
Un hogar en el que no cae la lluvia, un lugar donde los venablos no se temen,
tan abierto como un jardín sin una cerca alrededor.

Irlandés, siglo IX


22. En defensa de las mujeres

¡Ay del que hable mal de las mujeres! No es correcto abusar de ellas.
No merecen, lo sé, todas las penas que siempre han padecido.
Dulces son las palabras, exquisitas las voces, de ese sexo por el que mi amor es grande;
¡ay del que no tiene escrúpulos para injuriarlas, ay del que hable mal de las mujeres!

No asesinan ni traicionan, ni cometen actos torvos u odiosos,
no cometen sacrilegio en la iglesia; ¡ay del que hable mal de las mujeres!
Es cierto, nunca ha nacido un obispo, un rey o un gran profeta sin mancha
sino de una mujer; ¡ay del que hable mal de las mujeres!

Son esclavas de sus propios corazones, aman al hombre educado
y lo sondean mucho antes de que les disguste. ¡Ay del que hable mal de las mujeres!
Un viejo gordo y de barba canosa; ellas no quieren una cita con él...
más querible para ellas es un muchacho joven, aunque pobre. ¡Ay del que hable mal de las mujeres!

Conde Gerald Fitzgerald, irlandés, siglo XIV


23. ¡Felicidades, hombre ciego!

¡Felicidades, hombre ciego, que nada ves de las mujeres!
¡Ah, si vieras lo que yo estarías igual de enfermo!
¡Dios quisiera que hubiese sido ciego antes que ver sus rizos,
su espléndido níveo cuerpo de blancos costados! ¡Oh, mi vida me aflige!
Compadecí a los ciegos hasta que el peligro superó toda tristeza,
cambié mi compasión, si bien deplorable, por envidia;
fui seducido por la doncella de cabellos rizados.
¡Ay de quien la ha visto y ay de quien no la ve cada día;
ay de aquellos atrapados por su amor y ay de aquellos que están libres!
¡Ay por quien va a su encuentro y ay por quien nunca la encuentra,
ay por quien estuvo con ella y ay por quien no está con ella!

Uilliam Ruadh, irlandés, siglo XVI


24. La generosidad de Finn

Si las hojas pardas están doradas es que el bosque se marchita,
si el blanco oleaje tiene plata, Finn se la habrá dado toda.

Irlandés, siglo XII


25. La blanca flor de la morera

Ella es la blanca flor de la morera, la dulce flor del frambueso,
ella es la mejor hierba por excelencia al alcance de la vista.

Ella es mi pulso, es mi secreto, la aromática flor del manzano,
ella es el verano en la fría época entre la Navidad y la Pascua.

Canción folclórica irlandesa anterior a 1790


26. Un vano peregrinaje

Llegar a Roma; ¡mucho trabajo y poco beneficio!
El Rey al que buscas, a menos que lo traigas contigo, no lo encontrarás ahí.

Irlandés, siglo IX


27. Los cerdos mágicos de Cruachu

...También salieron [de la mágica cueva de Cruachu] aquellos cerdos. Ni el trigo ni el pasto ni las hojas crecían por siete años en cualquier lugar que frecuentaban. Donde quiera que se los fuera a contar, ellos se iban, pues si alguien trataba de contarlos se marchaban a otro lado. Nunca fueron contados totalmente. “Hay tres”, decía uno. “Siete más”, decía otro. “Hay nueve”, decía aquel otro. “Once, trece cerdos”. De modo que era imposible contarlos. Más aún: no podían ser muertos puesto que si alguien les apuntaba desaparecían. Una vez, Medbh de Cruachu y Ailill fueron a contarlos en Magh Mucraimhe. Entonces fueron contados por ellos. Medbh estaba en el carro. Uno de ellos saltó por encima de él. “Ese cerdo ya es demasiado, Medbh”, dijo alguien. “Éste no”, dijo Medbh mientras tomaba la pata del cerdo, con lo que el cuero se le partió por la frente y en la mano de ella quedó la piel con el jamón; y no se sabe a dónde se fueron después de aquello. Desde entonces ese lugar se llama Magh Mucraimhe (la Llanura del Recuento de los Cerdos)...

Irlandés, siglos IX-X


28. La mujer del monje

La dulce campanilla que repica en una noche ventosa,
preferiría encontrarme con ella antes que con una mujer perdida.

Irlandés, siglo IX


29. El César imperial murió y se volvió polvo

El mundo se ha asentado y el viento empuja como a cenizas
a Alejandro, a César y a todos los que de su confianza gozaban;
Tara está cubierta por el pasto y mira cómo está Troya ahora...
¡Y los mismos ingleses, quizá, también pasarán!

Irlandés, siglos XVII-XVIII


30. La nave aérea

Un día, los monjes de Clonmacnoise estaban teniendo una reunión en el patio de la iglesia y mientras estaban en sus deliberaciones vieron una nave que bogaba en el aire sobre ellos como si estuviera en el mar. Cuando la tripulación de la nave advirtió la reunión y el lugar habitado bajo ella, arrojó un ancla que cayó justo en el patio de la iglesia y que fue sujetada por los sacerdotes. Un hombre bajó de la nave para recuperar el ancla y fue nadando como si estuviera en el agua hasta que la alcanzó y ellos comenzaron a arrastrarlo. “¡Por el amor de Dios, déjenme ir!”, dijo. “Me están ahogando”. Luego los dejó, nadando en el aire como antes, llevándose el ancla.

Irlandés, siglos XIV-XV