1. La fuente al borde del camino

Cenn Escrach de los huertos, una morada para las abejas del prado,
hay un soto radiante en su centro, con un cáliz de tornos de madera.

Irlandés, siglos IX-X


2. San Mael Anfaidh y el lamento del ave por san Mo Lua

Fue Mael Anfaidh quien vio a cierta avecilla gimiendo y lamentándose. “Oh, Dios,” dijo, “¿qué sucede aquí? No comeré hasta que se me explique esto”. Mientras estaba ahí vio que se le acercaba un ángel. “¡Vamos, padre,” dijo el ángel, “no te preocupes más! Mo Lua, hijo de Ocha, ha muerto y por eso las cosas vivas lo lloran, pues nunca mató nada viviente, grande o pequeño. No menos lo lamentan los hombres que los demás seres vivos, y entre ellos el pajarito que has visto”.

Irlandés, siglos IX-X


3. De cómo Celtchar mató al “Ratón Pardo”

...Y ésa es la segunda plaga que sigue, o sea el Ratón Pardo; un cachorro que halló el hijo de una viuda en el hueco del tronco de un árbol, y la viuda lo crió hasta que se hizo grande. Por último, de todos modos, se volvió contra las ovejas de la viuda, mató a sus vacas, al hijo y a ella misma, y fue tras el Gran Cerdo de Glen. Cada noche devastaba una granja y dormía el resto del día. “¡Líbranos de él, Celtchar!”, dijo Conchobar. Celtchar fue a los bosques y trajo un tronco de aliso, le horadó de punta a punta un hueco tan largo como su brazo y en él hirvió hierbas fragantes, miel y grasa hasta que se volvió flexible y fuerte. Celtchar fue a la cueva en la que el Ratón Pardo solía dormir y entró en ella antes de que éste volviera de sus correrías. El Ratón Pardo llegó con su hocico enfilado hacia el aroma del tronco y Celtchar lo empujó hacia él a lo largo de la cueva. El sabueso lo tomó entre sus mandíbulas y le hincó los dientes, que se incrustaron en la firme madera. Celtchar atrajo el tronco hacia sí y el perro tiró en la otra dirección; y Celtchar introdujo su brazo a lo largo del tronco hasta que le arrancó el corazón por la boca y lo sostuvo en su mano. Tomó la cabeza del perro...

Irlandés, siglo IX


4. La canción del mirlo

A la avecilla se le dio un silbato
en la punta de su brillante pico amarillo;
el mirlo desde la rama cubierta de amarillo
lanza su llamada sobre Loch Loigh.

Irlandés, siglos VIII-IX


5. De cómo Cobhtach contribuyó a la muerte de su hermano

Cobhtach, el Escuálido de Bregia, hijo de Ughaine Mór, era rey de Bregia; pero Loeghaire Lorc, hijo de Ughaine, lo era de Irlanda. Él también era hijo de Ughaine Mór. Cobhtach estaba celoso de Loeghaire porque regía toda Irlanda, por lo que una devastadora enfermedad se apoderó de él y su sangre y su carne se deterioraron hasta que fue conocido como “el Escuálido de Bregia”; pero no consiguió matar a Loeghaire. Éste se reunió con él luego de aquello para darle su bendición antes de que muriera... “Ven mañana”, dijo Cobhtach, “para construir mi tumba, colocar mi lápida, dirigir mi velorio y recitar mi obituario, pues moriré pronto”. “Bueno,” dijo Loeghaire, “así se hará”. “Vamos,” le dijo Loeghaire a su reina y al senescal, “digan que morí, sin que nadie más lo sepa, y colóquenme en mi carro con un puñal en la mano. Mi hermano vendrá prontamente para llorarme y se me echará encima; quizá obtenga algo de mí”. Eso se hizo verdad. Sacaron el carro afuera; su hermano llegó para llorarlo y se le arrojó encima. Él le clavó el cuchillo en el diafragma, en el lugar en el que está el extremo del corazón, y mató a Loeghaire...

Irlandés, siglo IX


6. Dos mujeres o doce hombres

Había un zorro y tres cachorros y, cuando llegó el momento de enseñarles a valerse por ellos mismos, el viejo zorro los llevó a una casa. De adentro llegaba un gran alboroto. Él les preguntó a los dos primeros si podían decirle quién estaba en la casa. No pudieron. Luego probó con el tercero.
—¿Quién está adentro? —preguntó el zorro.
—Dos mujeres o doce hombres —contestó el cachorro.
—Te irá bien en el mundo —dijo el viejo.


7. El caldo de ortigas de san Columba

Una vez que estaba recorriendo el cementerio de Iona, vio a una anciana que cortaba ortigas para hacerse una sopa. “¿Cuál es el motivo de esto, pobre mujer?”, preguntó ColumCille. “Querido padre,” contestó ella, “tengo una vaca y todavía no ha parido un ternero; estoy esperándolo y esto es lo me he servido desde hace tiempo”. A ColumCille se le ocurrió entonces que lo que se serviría principalmente de ahí en adelante sería sopa de ortigas y se dijo: “Puesto que sufren su hambruna en expectativa de una vaca incierta, sería correcto que nuestra hambre fuera más grande en espera de Dios; pues lo que esperamos, el Reinado eterno, es mejor y es seguro”. Y le dijo a su sirviente: “Dame sopa de ortigas todas las noches, sin manteca ni leche”. “Así se hará”, dijo el cocinero. Ahuecó el palillo con el que revolvía el caldo y lo convirtió en un tubo; en el tubo vertía la leche y con él revolvía la sopa. Luego la gente de la iglesia advirtió que el monje tenía buen aspecto y hablaron de eso entre ellos. Eso le fue contado a ColumCille y entonces dijo: “¿Tienen tus seguidores que rezongar siempre? ¡Vamos!,” le preguntó al sirviente, “¿qué me das todos los días con la sopa?”. “Vos mismo sois testigo,” dijo el criado, “salvo lo que surja del cucharón con el que es revuelto, no conozco otra cosa que no sea caldo”. Después, la explicación le fue revelada al monje, que dijo: “¡Prosperidad y provecho para todos tus descendientes!”. Y así fue.

Irlandés, siglo XI


8. El mirlo ermitaño

Oh, Mirlo, está bien para ti tu nido en los arbustos;
una eremita donde no suena la campana;
dulce, suave y apacible es tu reclamo.

Irlandés, siglos XI-XII


9. El reconocimiento de Ulises

...“buena gente,” dijo la reina, “¿quién sois en definitiva?”. “Soy Ulises, hijo de Laertes”, respondió él. “No sois el Ulises que conozco”, dijo ella. “Claro que lo soy,” contestó él, “y describiré mis credenciales”; y entonces le contó sus secretos, sus conversaciones y sus pensamientos secretos. “¿Qué pasó con vuestra apariencia o con vuestros hombres”, dijo ella, “si sois Ulises?”. “Se perdieron”, replicó. “¿Cuál fue el último de los regalos que me dejasteis?”, preguntó ella. “Un broche de oro”, dijo él, “con un extremo de plata; lo llevaba cuando me embarqué y vos me lo pedisteis”. “Es verdad,” afirmó ella, “y si fueras Ulises preguntaríais por vuestro perro”. “No supuse que estuviera vivo todavía”, dijo él. “Le hice un caldo para alargar la vida,” dijo ella, “porque vi que Ulises lo amaba mucho. ¿Y qué clase de perro es?”. “Tiene los costados blancos, el lomo ligeramente carmesí, la panza negro azabache y una cola verde”, dijo Ulises. “Ésa es la descripción del perro;” dijo ella, “y nadie aquí se atreve a alimentarlo excepto yo, vos y el mayordomo”. “Traedlo adentro”, dijo él. Y cuatro hombres fueron a buscarlo. Y cuando escuchó el sonido de la voz de Ulises le pegó un tirón a la cadena, con lo que tiró al piso a los cuatro hombres, saltó al regazo de Ulises y le lamió el rostro. Cuando las gentes de Ulises vieron eso, saltaron hacia él. Quien no pudo llegar a su piel para besarla, le cubría de besos las vestiduras...

Irlandés, siglo XIII


10. La llegada del invierno

Tengo noticias para ti: el ciervo brama, la enredadera se derrama, el verano se fue.
El viento fuerte y frío; el sol tenue, corto su curso; el mar agitado.
Rojo intenso el helecho, su forma se perdió; el ganso salvaje alzó su grito acostumbrado.
El frío se apoderó de las alas de las aves; estación de hielo. Ésas son mis nuevas.

Irlandés, siglo IX