Debajo de la superficie actual de este lago, existió
antaño una llanura completamente lisa donde se destacaba
la imponente mole de un castillo, o de un fuerte, al menos. Una
caverna, debajo de este castillo, conducía a alguna
región inexplorada y no lejos de su boca yacía un
hermoso manantial. Al señor del fuerte se le
comunicó que, en ocasiones, se veía surgir de la
boca de la caverna durante las noches de luna a tres hermosas
mujeres, que se bañaban en el manantial; y él
tomó muy buena nota de esto.
Se ocultó a la entrada de la caverna y vio entrar a tres
beldades a la luz de la luna. Esperó con impaciencia a que
volvieran y dejó que dos de ellas se deslizaran junto a su
escondite. Al pasar la tercera, que era la más joven y
bonita, la aferró y la llevó al aire libre. Las
otras huyeron al interior de la caverna y la ninfa apresada
rogó empeñosamente que le devolvieran la libertad.
Pero él era gallardo y amable y al mismo tiempo resuelto;
de modo que la cautiva consintió finalmente en reinar como
dueña de su corazón y de sus dominios. Vivieron
felices durante muchos años y tuvieron dos hijos. Ella
había impuesto la condición de que su marido no
invitara a persona alguna al castillo y él, durante muchos
años, no sintió deseos de violar la palabra
empeñada.
Como tenía en sus caballerizas un hermoso caballo de
carrera, se apoderó de él finalmente el deseo de
concurrir a las carreras de Kood y le pidió a su esposa
que se lo permitiera. Ella consintió, pero le
advirtió que no debía traer a amigo o conocido
alguno con quien se encontrara allí.
El señor del fuerte regresó solo por la noche,
alegrándose de un premio obtenido por su caballo e indujo
a su esposa, que era una dama Sídhe, a que le
permitiera repetir la excursión al día
siguiente.
La segunda noche el señor del fuerte cumplió
también su palabra. Pero... ¡ay!... Al tercer
día, algunos amigos irreflexivos y otros envidiosos lo
asediaron, le hicieron beber, se enteraron de su secreto y fueron
invitados a acompañarlo a su castillo, para ser
presentados a su esposa.
La hermosa Sídhe había estado esperando su
regreso y cuando lo vio cruzar la planicie, rodeado por una
desordenada multitud, entregándose todos a una turbulenta
alegría, el amor y la estima de la Sídhe por
su marido se derritieron. El estrépito del aturdido grupo
cesó cuando todos ellos contemplaron a una mujer de
sobrehumana belleza, que avanzaba a su encuentro desde las
puertas del castillo, llevando a un niño de cada mano. El
corazón del señor del fuerte comenzó a latir
de una manera salvaje y de inmediato profirió un terrible
grito de angustia y echó a correr al ver que su esposa y
sus hijos desaparecían en el manantial encantado. El
asombro y la perplejidad de sus compañeros no tardó
en transformarse en miedo, ya que el agua comenzó a brotar
impetuosamente del manantial, en grandes cantidades, anegando la
planicie. Y siguió surgiendo así, hasta adquirir el
nivel que ocupa hoy, constituyendo una severa advertencia contra
los amigos poco aconsejables y las violaciones de los compromisos
solemnes.