Algunos moradores de las islas Shetland y Orkney están
persuadidos de que las focas pueden despojarse a veces de su piel
y retozar bajo la forma de hombres o mujeres.
Un pescador que caminaba entre las rocas descubrió en
cierta ocasión, en un trecho de verde hierba
próximo al mar, a dos hermosas mujeres que se daban caza
mutuamente. A sus pies, vio dos pieles de foca y tomó una
de ellas para examinarla. Las mujeres, al advertirlo, lanzaron un
chillido y corrieron a recuperar sus pieles. Una de ellas
aferró la piel tendida en el suelo, se la echó
encima con la rapidez del rayo y se sumergió en el mar; la
otra empezó a retorcerse las manos y a llorar y le
suplicó al pescador que le devolviera su bien. Pero el
pescador quería una esposa y no estaba dispuesto a
perderse la oportunidad.
De modo que la galanteó tan amorosa y concienzudamente
que ella se cubrió con alguna ropa de mujer que el
pescador le trajo de su casita, lo siguió y se
convirtió en su esposa.
Años después, cuando el hogar de ambos se
había visto alegrado por la presencia de dos niños,
el marido despertó una noche al oír conversaciones
en la cocina. Deslizándose cautelosamente hacia la puerta,
oyó que su esposa hablaba en voz baja con alguien que
estaba del lado exterior de la ventana. La entrevista acababa de
terminar en ese preciso instante y el pescador apenas si
había tenido tiempo de volver a la cama cuando, vio que su
esposa cruzaba sigilosamente el aposento. Se sintió muy
inquieto, pero resolvió no obrar ni decir una sola palabra
antes de saber algo más. Al anochecer del día
siguiente, cuando volvía a su casa por la playa,
advirtió a dos focas, una hembra y un macho, tendidas sobre
las rocas a pocos metros del oleaje. El más corpulento de
ambos animales, incorporándose sobre su cola y sus aletas,
le habló así al asombrado pescador, en el dialecto
usado en aquellas islas:
—Tú me despojaste de aquella de quien iba a hacer
mi compañera, y sólo anoche encontré su
piel, cuya pérdida la obligó a ser tu esposa. Mis
palabras no encierran malignidad, ya que fuiste bueno con ella a
tu manera; además, mi corazón está demasiado
lleno de alegría para contener malignidad alguna.
Contempla a tu esposa por última vez.
La otra foca miró al pescador con toda la timidez y
aflicción que pudo infundir a sus facciones, ahora toscas;
pero cuando el acongojado marido se precipitó hacia la
roca para apoderarse de su perdido tesoro, la foca y su
compañero se sumergieron de inmediato en el agua y el
pobre hombre tuvo que volver melancólicamente a sus hijos
sin madre y a su desolado hogar.